Bernardo O'Higgins: “Este triunfo y cien más se harán insignificantes si no dominamos el mar”
Homenaje de la Liga Marítima en el ducentésimo cuadragésimo segundo aniversario del natalicio del Padre de la Patria, en un enriquecedor ensayo de su presidente, el almirante (r) Miguel Angel Vergara.
O’Higgins, un militar con visión marítima
En este ducentésimo cuadragésimo segundo aniversario del natalicio del general don Bernardo O’Higgins Riquelme, la Liga Marítima de Chile quiere rendir un homenaje a quien marcó a Chile con una impronta marítima, que ha sido señera en nuestro futuro como país soberano.
Desprendimiento en momentos críticos
El general Bernardo O’Higgins, “el primer soldado de Chile, y sin disputa el más grande de sus hijos, si solo hubiese de tenerse en cuenta en el juicio de su vida las virtudes del patriotismo”[1], nació en Chillán un 20 de agosto de 1778. Merecidamente es reconocido como el Padre de la Patria, pues gracias a su liderazgo, tenacidad y sacrificios personales logró aunar voluntades para alcanzar la independencia política de Chile. Más tarde, como gobernante, además de dar los primeros pasos en la organización del país, supo tomar la difícil decisión de entregar el mando supremo, el 28 de enero de 1823, cuando percibió que su persona era fuente de profundas divisiones políticas.
Al abdicar, en medio de un convulsionado ambiente político, finalizó sus palabras abriendo con violencia su casaca, exclamando: “Tomad de mí la venganza que queráis, que no opondré resistencia. Aquí está mi pecho”. Al calificar su gesto de entregar el poder, Vicuña Mackenna dirá: “su caída fue más bien la iniciativa de una noble carrera, cuando era indispensable dar por terminada la antigua, pues no prometía ya sino frutos de egoísmo y vanagloria”[2].
Una vez que renunció, O’Higgins voluntariamente se exilió en Perú, recalando en Callo el 18 de julio de 1823. Se establecerá definitivamente en la hacienda Montalván, cercana a Lima, que le fue donada por el gobierno de aquel país. Falleció en el exilio el 24 de octubre de 1842, siendo enterrado en un modesto nicho en el Cementerio Central de Lima. Consecuente con el tradicional pago de Chile, sus restos fueron repatriados recién en 1868, 20 años después que, en 1844, se había aprobado el decreto de exhumación y traslado de sus restos a Chile.
Cimientos de una visión marítima
En esta ocasión no me referiré al héroe del Roble, de Rancagua y Chacabuco, ni a su importante papel como Director Supremo de la Nación. Solo quiero ofrecer algunas pinceladas que delinean a un militar que tuvo una excepcional visión marítima. Probablemente en ello influyó su formación en Inglaterra, donde vivió casi cinco años, entre 1795 y 1799, en plena juventud, cuando el espíritu está más predispuesto a absorber los estímulos del entorno.
El joven Bernardo se impregnó de la cultura marítima propia de un país-isla, que en aquel entonces era un imperio que dominaba las rutas marítimas y controlaba los principales pasos y puertos estratégicos alrededor del mundo. Inglaterra tenía un vigoroso comercio internacional y se perfilaba como uno de los más importantes centros financieros del mundo. Tan compenetrado estaba O’Higgins con el ambiente marítimo en que vivía, que su primera inclinación vocacional fue ser marino, “para aprender esta carrera como a la que más me inclino”, como le escribía a su padre desde Londres el 28 de febrero de 1799, a los 20 años de edad[3].
Además, el futuro gobernante acumuló una valiosa vivencia marinera, ya que a lo largo de su vida registra al menos once largas navegaciones[4], que suman varios meses mecido por las olas, lo que constituye una experiencia muy superior a la que pudiera alcanzar cualquier persona de entonces y de ahora. Sin embargo, distintas circunstancias lo llevarían a cambiar su vocación de marino, primero por la de agricultor, después por la de militar, y terminando su vida nuevamente como agricultor en Perú.
Creación de la primera Escuadra
Como dirá certeramente Sergio Fernández, “don Bernardo lleva en la sangre, en la piel y en alma el azul y la sal de los mares que por generaciones y siglos han bañado y bañan la tierra de sus antepasados”[5]. De ahí que, ya en 1817, inmediatamente después de la batalla de Chacabuco, cuando recién estaba despuntando nuestra libertad, dijera: “Este triunfo y cien más se harán insignificantes si no dominamos el mar”. Posteriormente, como Director Supremo, puso todo su empeño en dotar a Chile con una fuerza naval, partiendo por la creación de la “Academia de jóvenes guardiamarinas”, hoy Escuela Naval, fundada el 05 de agosto de 1818.
Tan pronto asumió el gobierno, se abocó con denodado esfuerzo ─apoyado por su eficiente ministro de Guerra y Marina, José Ignacio Zenteno─ a crear un poder naval digno de un país con la configuración geográfica de Chile. Tempranamente se formó la convicción de que la consolidación de nuestra independencia exigía conquistar el dominio del mar y expulsar a los españoles de Perú. Esta audaz iniciativa se concretó con la Expedición Libertadora de aquel país, que zarpó desde Valparaíso el 20 de agosto de 1820 ─el día en que O’Higgins cumplía 42 años─ bajo la conducción del general San Martín y con el Vicealmirante Cochrane al mando de la Escuadra.
El esfuerzo económico, material y humano, que significó conformar una Escuadra, prácticamente de la nada fue una verdadera hazaña. O’Higgins comprendía perfectamente que, sin contar con una flota de buques de guerra para liberar al Perú del dominio español, sería imposible consolidar la independencia del Chile. El primer zarpe de nuestra incipiente Escuadra, al mando del vicealmirante Manuel Blanco Encalada, ocurrió el 09 de octubre de 1818. La historia recoge que mientras O’Higgins presenciaba este hecho desde el cerro San Roque de Valparaíso, habría exclamado: “De estas cuatro tablas penden los destinos de América”.
Posesión del Estrecho de Magallanes
La figura del general O’Higgins también aparece nítida en nuestra proyección al extremo austral. Desde ya, en la Constitución de 1822 aprobada en su mandato, establecía que el territorio nacional se extendía hasta el cabo de Hornos. Y, más tarde, desde su exilio en Perú siempre se mantuvo al tanto de las exploraciones científicas realizadas en la zona[6]. Su visión marítima, poco común en los gobernantes de Chile, lo induce a preocuparse especialmente por el Estrecho de Magallanes. Desde su hacienda de Montalván, en el Perú, intuía la importancia estratégica de controlar aquel paso austral.
En varias cartas, hasta poco antes de morir, les insistía a distintas autoridades del gobierno, sobre la necesidad de que Chile realizara una pronta y efectiva ocupación de tan importante paso interoceánico. En una de sus notas sugería establecer un servicio de buques a vapor para remolcar a los barcos mercantes en su cruce del Estrecho; agregaba que tales vapores podrían servir para “defender la nación contra ataques u hostilidades extranjeras”[7].
Finalmente, el izamiento del pabellón nacional en el Estrecho de Magallanes, se concretó el 21 de septiembre de 1843, por parte del capitán Juan Williams, quien recaló en la zona comandando la goleta “Ancud”. Chile “tomaba así posesión de un territorio que le pertenecía, de acuerdo a títulos coloniales y a su Constitución política”[8], cumpliendo una vieja aspiración del general Bernardo O’Higgins, que no pudo ver realizada en vida.
En este nuevo aniversario de su nacimiento, la Liga Marítima reconoce en O’Higgins al general y al gobernante de Chile que tempranamente nos señalara que nuestro destino está íntimamente asociado con el mar. Su visión resuena en nuestro lema: “El porvenir de Chile está en el mar”.
Viña del Mar, 15 agosto de 2020
Miguel A. Vergara Villalobos
Almirante
Presidente, Liga Marítima de Chile
[1] Vicuña Mackenna, Benjamín, Vida del Capitán General don Bernardo O’Higgins, ed. Pacífico, Santiago, p.51.
[2] Ibid., p. 411.
[3] Fernández L., Sergio, O’Higgins, Ed, Orbe, Santiago, 1974, p.179.
[4] Ibid.
[5] Ibid.
[6] Tromben C., Carlos, La Armada de Chile, una historia de dos siglos, Tomo I, RIL Editores, Santiago, p. 524.
[7] Larraín, Sergio, Ibid., p. 174.
[8] Tromben, Carlos, Ibid., p, 525.
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