
Almirante Juan Carlos Toledo de la Maza destaca la importancia de la recalada en Chile del Buque Sebastián Elcano con la Princesa de Asturias
“Cuando las noticias nos llenan diariamente de temores, notable resulta esta princesa apareciendo desde el mar”
La noticia del próximo arribo en aguas nacionales del Buque Escuela Sebastián Elcano, de la Armada española, llevando como tripulante a la princesa Leonor de Borbón , nos invita a dar un salto en el tiempo para recordar la mesa Redonda convocada en Valparaiso por la Marina de Chile en octubre de 1989, en la que, a tres años del V Centenario se analizó el significado de la visionaria tarea emprendido por España, que nos legó la lengua y la fe y más allá de todo ello, nos presentó la imagen de una empresa indómita, trascendente en el tiempo, como lo fue el Descubrimiento del Nuevo Mundo, en el que tanta importancia tuvo doña Isabel de Castilla.
Así como hoy podemos hablar de la era de la conquista espacial, de la cibernética o de otros tantos acontecimientos que caracterizan nuestro momento histórico, los siglos XV y XVI fueron centurias caracterizadas por la expansión de occidente, determinando que el mundo creciera, se desarrollara y lograra simultáneamente una difusión cultural arrastrada por el viento que inflaba las velas de las frágiles embarcaciones guiadas por audaces navegantes.
En ese escenario y con aquella realidad se produjo este hecho espectacular y renovador, el cual, junto con las cruzadas, constituyeron los más grandes hitos de empresas colectivas que pueblo alguno inició nunca con tesón tan denodado.
Era la Hispania, continuadora de Grecia y Roma y depositaria del legado judeocristiano, la que, en singular afán, aquel 12 de octubre, nos legó, a su vez, la Hispanidad.
España navegante y marinera, se hacía a la mar en tres débiles carabelas entregadas a Colón, aquel extranjero atrabiliario y fantástico, cuya tozuda ignorancia se estrellaba contra el realismo científico de los navegantes Juan de la Cosa y de los hermanos Pinzón, que afirmaban su razonamiento con lógica matemática y el compás en la mano.
Pelágico desde aquel 12 de octubre, Occidente se abrió paso en largas y esforzadas travesías por los grandes océanos abiertos por España y Portugal, que sentarían las bases del Chile marítimo, cuyo historial se recordó en la ya citada Mesa, por los representantes de organizaciones significativas, como la Liga Marítima de Chile, la Academia de Historia Naval y Marítima de Chile, la Universidad Marítima de Chile, el Caleuche y los Cap Horniers, instalando al término una placa recordatoria a bordo de la Carabela Santiaguillo.
Siguiendo el diario de Colón, imaginemos por un instante la rutina de abordo: Cada mañana al salir el sol, los grumetes despertaban a los tripulantes con el ritual marinero de la época:
“Bendita sea la luz
Y la Santa Veracruz
Y el señor de la verdad
Y la santa trinidad
Bendita sea el día
Y el señor que nos lo envía”
y luego, en lenta melopea, cantan en los sollaos:
“Amén. Dios nos de buenos días, buen viaje.
Buen pasaje tenga la nao. Señor capitán y maestre y buena compañía,
Amén. Así haga buen viaje, haga; muy buenos días dé Dios a vuestras mercedes, señores de popa y proa”.
Al anochecer, se canta la Salve marinera. Tradición, esta última, aún vigente en la marina de España.
Bien sabemos todos lo que es una nave, conjunto material y humano que se mece en un medio inestable e imprevisible. A imagen del mundo de la tierra firme, lo que se hace a la mar en la nave es la expresión cultural de un país y por tal, es copia fiel de virtudes y defectos del lugar del que proviene.
El orgullo de pertenecer a una Patria, lugar de los padres y tener tradiciones, llamado de sus muertos, hace a los tripulantes crear un emblema que les identifique: una bandera. La bandera que hoy lucen las naciones tuvo su nacimiento en el mar y esa bandera tiene para los marinos el mismo sentido que tiene solo para los soldados que la han visto alguna vez desplegarse en el combate. Hay, en el izamiento del pabellón, cuando el buque está en movimiento, un sentimiento inefable que cala el alma hasta el fondo. Allí se apura el sentimiento patrio.
Nutridos de la fe cristiana, aquellos hombres sienten que, creado el hombre para servir a Dios, la vida en este mundo ha de ser necesariamente de servicio a su causa y ha de conquistarse la otra, la eterna, de la forma en que lo expresa Jorge Manrique:
"El vivir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales
Ni con la vida delectable
Donde moran los pecados
Infernales”
El existir se hace entonces militante, pues la vida es lucha y por ello, el paradigma de la época lo constituyen el sacerdote y el militar, ya que al decir de Calderón de la Barca “la milicia no es más que una religión de hombres honrados”.
La fe cristiana llevaba implícito el ideal de cristianizar al mundo entero y de elevar en lo posible a los caídos. Sin embargo, como lo expresa Ramiro de Maeztu: “De cada veinte hombres cultos no habrá apenas uno que se dé cuenta que América no fue descubierta por el progreso de las artes o de la navegación, ni por codicia, sino por el convencimiento de que los habitantes de sus tierras ignotas podían salvarse lo mismo que nosotros”.
La Hispanidad es el Imperio espiritual que se funda en esa esperanza de Salvación y por ello, en cualquiera de sus dominios donde se profese tal convicción, estará la Hispanidad presente y donde quiera se haya abjurado de las leyes divinas en su Constitución o en sus costumbres entrará en agonía.
La presencia del “Elcano” es ubicua, viva y actual, recordándonos que la Hispanidad navegante y marinera se fundó aquel 12 de octubre y llegaría a nuestras costas con la expedición de Hernando de Magallanes que zarpó de Sevilla llevando a Elcano. Chile fue así, descubierto por el mar, en noviembre de 1520.
No es aventurado el aseverar entonces que aquellos corsarios chilenos que se internaron hacia el Pacífico con su bandera de la estrella solitaria, o los que lucharon con singular denuedo, llenando de gloria las páginas de nuestra historia naval, o los que se internaron en los laberintos de archipiélagos y canales explorando nuestra accidentada geografía marítima, siguiendo los pasos de Ladrillero y de Sarmiento de Gamboa, que sucumbió con todos sus hombres en las costas del Estrecho, son los herederos y depositarios del legado de España.
Herederos y depositarios, porque Patria y servicio fueron su aliciente y su razón de vivir y de morir. Prat encarnó los ideales del “caballero pobre” del Siglo de Oro y los marinos de Chile rendimos culto y observancia a las virtudes que él sustentó, al precio de su propia existencia.
Nuestra nación se define por el Océano y eso conforma nuestra reciedumbre espiritual. Chile, nos dice André Frossard, tiene “vocación de infinito”. Nuestro país como Portugal en los siglos XV y XVI, prohibido el acceso a Europa por Castilla, ha de lanzarse resueltamente a la conquista de sus espacios marítimos. Y esa es la única gran Empresa en común que se nos ofrece, como imperativo geográfico y más aún, diría, de supervivencia.
“El Pacífico, - apunta el rumano Vintila Horia – contemplado desde la bahía de Valparaíso, es una lección de futuro, tal como lo fue el mediterráneo para los griegos homéricos, una invitación al poderío y al conocimiento… Desde esta perspectiva, el mar océano más grandioso de la tierra y la montaña más alta de los continentes americanos están juntos, encima del puerto quizá más asombroso de la tierra”.
Desafiar a este Pacífico, ha sido la labor del Chile navegante, el cual mantendrá latente en la Nación su fuerza espiritual, reclamándola para una empresa inconclusa y común que supere divisiones, porque quien vive del mar ama todo lo que une y rechaza todo lo que separa.
Del sentido Patrio para alzar la cabeza por los logros de una Historia que, en guerras, terremotos, sequías e inundaciones, nos ha otorgado un temple singular para el rigor que muchas naciones envidiarían. De allí que debemos cultivar el amor a nuestras costumbres y ritos, a nuestros emblemas y símbolos, que nos identifiquen como pueblo único, marítimo y cristiano.
En un país con un destino marítimo manifiesto como el nuestro, la recalada del Elcano con su preciosa carga no podría pasar desapercibida. Cuando las noticias nos llenan diariamente de temores, notable resulta esta princesa apareciendo desde el mar. La imagino a bordo de su buque con un sextante, bajando las alturas de las estrellas, mientras recuerdo los versos de Rubén Darío, que pudieran haber sido escritos para ella:
“Las princesas primorosas se parecen mucho a ti. Cortan lirios. Cortan rosas. Cortan astros. Son así”
Bienvenida doña Leonor, Princesa de Asturias, junto a los marinos del Elcano. Que tengáis una feliz estadía.
Juan Carlos Toledo de la Maza
Vicealmirante(R)
Miembro Academia de la Historia Naval y Marítima de Chile
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